Una carrera no es una competición

Ayer corrí una carrera popular. Pero para mi, una carrera no es una competición.

Últimamente he decidido resetearme. Me he dado cuenta de que lo más divertido en una carrera es el camino, no el destino. Por eso me gusta fijarme en las cosas que pasan alrededor mientas corro. Y si vas mirando al crono, no podrás ver el paisaje que te rodea. Con que así lo haré, al menos hasta que mi estado físico me permita correr más rápido.

Por ejemplo, ayer saludé mientras corría a un grupo de peregrinos del Camino de Santiago que nos observaban a un lado del camino. Utilicé el más actual "¡Buen Camino!" en vez del medieval "Ultreia", que ya apenas se utiliza entre aquellos que siguen la flecha amarilla hacia la ciudad del Apóstol.

Pude disfrutar como un grupo de palistas remaban en un remanso del río que tenía a mi izquierda. También choqué las manos a unos cuantos niños y disfruté de cómo la gente aplaudía y nos sonreía en algunos cruces.

De todos ellos, mi mejor momento de la carrera fue cuando choqué la mano de un chico con síndrome de Down, a él le gustó se echó una pequeña carrerita a mi lado y volvió a chocar mi mano.

Además, tengo una ventaja. Cuando corro sólo pienso en correr. Y eso que todo pase a mi alrededor más despacio. No como cuando voy por la calle que llevo la cabeza en mil historias. Quizás, por eso, cuando acabo las carreras tengo un recuerdo tan vívido de lo que había a mi alrededor.

Quizás, no lo sé. O quizás porque disfruto como un enano corriendo. Aunque sea despacito. Aunque sea a mi ritmo