¿Qué le he hecho yo al Dios de la lluvia?

Desde el 9 de enero han pasado 35 días. Sólo durante 3 días no ha llovido. O nevado. Porque también ha nevado. Y mucho. Porque si los horteras dicen que la lluvia son las lágrimas de los ángeles, habrá que tener cuidado con los querubines. Deben estar totalmente deshidratados.

Antes me quejaba de que estaba a punto de salirme musgo en los pies. Ahora, el musgo es historia. Empiezo a tener membranas entre los dedos de los pies, como los patos. Ya no somos runners, a secas. Somos runners anfibios. Pronto empezaré a respirar por branquias. Habrá que recalcular los umbrales de lo aeróbico y lo anaeróbico branquial.

 

Espectacular tormenta en el Vaticano la noche

siguiente a la renuncia de Benedicto XVI

 

De hecho, llevo un par de semanas sin pisar el parque donde suelo correr. Lo he tenido que abandonar. Aquello es un lodazal. La tierra está saciada de agua y no drena. Parece un un arrozal de Hanoi. Mis entrenos han emigrado a tierras más secas. Y más duras. Como el asfalto, la acera y el hormigón. Lejos de lo que antaño fue hierba y ahora es barro.

Aún así. Sigo con mis tres salidas semanales. Chubasquero, visera y para adelante. Sigo con mis 40 kilómetros por semana. Al estilo "run for fun", con mi rollo Zen y mi turismo runner en mi propia ciudad. Eso si, voy mirando de reojillo alguna carrera para primavera. Seréis informados.

 

Por tanto, y a la espera de que salga el sol, un saludo a mis queridos Dioses de la lluvia Freyr y Heimdall (mitología nórdica), Zeus (mitología griega), Paryania (hinduista), Chac (maya), Shang-Yang (china), Iskur (mesopotámica) y Júpiter (romana).